El alcance y la fuerza integradora de la Medicina Naturista en la interpretación
y curación de las enfermedades conicodegenerativas
"Los años de vida, ganados subyugando a las enfermedades infecciosas, los hemos
pagado con la destrucción fisiológica y con el lento y doloroso languidecer
originado por las enfermedades crónicas".
Dr. Alexis Carrel
Los objetivos que trata de conseguir la medicina científica actual en el ser
humano sano o enfermo han de tener unos puntos de referencia no sólo en cuanto a
lo que el hombre como ente biopsicosocial es, ha sido y debe ser, sino en cuanto
a las posibles mutaciones de orden natural o variaciones patológicas se
produzcan en él, como efecto del constante mecanismo de adaptación y desgaste
que el hombre lleva a cabo día a día para sobrevivir.
Si empezamos señalando que la medicina moderna ha cosechado extraordinarios éxitos y frutos en el campo de la patología infecciosa y de la inmunología, de la cirugía, de la biología molecular, biotecnología, etc. a nadie que fuese entendido en la materia le sorprendería. Pero la duda o la desconfianza no surge en cuanto a lo que el hombre científico es capaz de conocer en la patología humana, mediante la aplicación de sofisticados medios exploratorios y de diagnóstico, ni tampoco en el tratamiento certero que se encauza tras un diagnóstico correcto, sino más bien en relación con el objetivo médico a alcanzar de acuerdo con la integridad, la naturaleza y el perfil biológico del hombre. A primera vista se hacen resaltar ya tres grandes cuestiones, que la medicina asistencial rutinaria olvida generalmente:
Se olvida con bastante
frecuencia que el hombre es una unidad integral y que la suma de cada una de sus
partes vistas a través de cada uno de los especialistas que las estudian y
tratan, no engloban el todo funcional unitario del hombre enfermo. Acordémonos
de que cuando nos acercamos demasiado a un árbol perdemos la visión grandiosa
del bosque.
Se olvida con cierta frecuencia que el hombre es una individualidad genética y
personal, con una intimidad difícilmente abordable a menos que uno sea “uno
mismo”. Acordémonos de la máxima de Hipócrates: no hay enfermedades sino
enfermos.
Se olvida con bastante frecuencia, por no decir siempre, que existe una
concepción biológica de fondo, que ha de servirnos siempre de guía o de patrón
de referencia, para no apartarnos de él y que por consiguiente, todo acto
diagnóstico ha de tratar de descubrir “la desviación de la norma” de ese patrón
biológico que se refiere a la especie humana.
En cuanto al acto terapéutico en sí, éste siempre deberá como mínimo restituir
ese perfil funcional y orgánico que corresponde al hombre como ser
biopsicosocial.
Estos argumentos nos ponen ya sobre aviso, en relación con las dificultades que tenemos los médicos en conseguir objetivos terapéuticos profundos, amplios y duraderos, que exigen poner en práctica a través de una correcta y humana relación médico-enfermo una serie de influencias poderosas, médicas o ambientales, ya sean de tipo natural, sociológicas, ecológicas, psíquicas, farmacológicas, o posiblemente metafísicas o religiosas que se combinarían de manera adecuada y racional en función de un efecto terapéutico perseguido que combatiría en su raíz “el mal patológico” existente. Aunque a este respecto convendría siempre recordar lo que decía Hipócrates: “el médico es el medio y el paciente el médico”.
Con relación a esta problemática, sabemos que existen enfermedades que presentan un origen oscuro multifactorial.
Algunas de estas enfermedades han sido denominadas por algunos autores como “enfermedades de la civilización”, por haber aumentado extraordinariamente su incidencia por la insistente acción perturbadora de la civilización.
Cuantos más factores etiopatogénicos principales o primarios desconozca la mente del médico en un enfermo determinado, menos probabilidades tendrá de aplicar una terapéutica “diana” y selectiva frente a una enfermedad de origen oscuro y multifactorial.
La medicina práctica asistencial es eminentemente sintomática y se mueve, creo, en un juego de síntomas o trastornos de enfermedad y efectos terapéuticos paliativos a aplicar.
Pero la salud y la enfermedad es más que la relación entre causa y efecto, y me atrevería a afirmar, más aún que la unidad psicosomática tan prodigada. Más bien, debería abordarse la enfermedad con un enfoque holístico (holos = todo) en el que se englobaría lo biológico, lo psicológico, lo ambiental y sociocultural.
Estos argumentos que sirven de introducción permiten ya valorar las causas de orden general que impiden que se lleve a cabo una medicina naturista integral (neohipocrática), en la que tenga cabida todo el juego científico comprobado por la ciencia médica actual.
Sobre la conducta y el
estado de salud de cada hombre inciden una serie de condicionantes y
circunstancias internas y ambientales que hacen distanciarse cada día más al
hombre de ese perfil o patrón humano anteriormente comentado.
Y no me refiero sólo a la pérdida de ese perfil biológico del hombre, sino
también a la desnaturalización de su entorno o marco natural.
Sobre el hombre como ente biopsicosocial que es, no sólo inciden como se decía, innumerables influencias, algunas de ellas extraordinariamente importantes como la pobreza o la opulencia pertenecientes a su marco económico, sino otras más inespecíficas y vagas que van actuando a modo de tendencias sociales y costumbristas de fondo, calladas y traicioneras, que nos condicionan diariamente para que nos incorporemos cada día más a un mundo impersonal, artificial, consumista y automatizado.
Aquí, por supuesto, puede surgir uno de los debates más importantes y trascendentales de nuestra era – ya entrados en el siglo XXI – y que desde hace tiempo se está fraguando en la mente de los sabios, filósofos, investigadores y autoridades de diversos países y organismos.
A este respecto está surgiendo un importante dilema que nos está obligando a elegir entre la naturaleza, y la tecnología e industrialización.
Para conocer algo sobre la acción perturbadora de la civilización y de sus efectos sobre el hombre se han realizado estudios comparativos entre los animales salvajes en libertad y aquellos otros que se hallan en condiciones artificiales de cautiverio o habitabilidad reducida.
En el parque zoológico de Filadelfia (USA) se han realizado unos estudios desde el año 1901, en los que se examinan los animales fallecidos mediante estudios necrópsicos.
Dichos estudios fueron practicados comparativamente con los animales de su misma especie que se hallaban en condiciones salvajes y en plena libertad natural. Para asegurar los hallazgos alcanzados y valorar su significación, se han realizado también estudios complementarios en laboratorios experimentales.
En estos estudios se ha puesto de manifiesto que en los animales de cautiverio (enjaulados o residentes de parques zoológicos), es decir, que viven en condiciones perfectamente controladas por la ciencia veterinaria, se produce una disminución de la aparición, evolución y gravedad de las enfermedades infecciosas y de otras perfectamente vencibles por la ciencia veterinaria o farmacológica, mientras que se origina un aumento de la incidencia de las enfermedades cronicodegenerativas (afecciones cardiovasculares con la máxima incidencia en la arteriosclerosis de las coronarias), típicas del hombre moderno occidental y civilizado.
En dichos animales enjaulados o que se hallaban en condiciones de cautiverio, la arterosclerosis observada resultó ser más grave y llamativa y se pareció mucho a la que padece el hombre de nuestros días.
Estos “males biológicos”, como era de esperar, no se observaron en los animales salvajes en libertad natural, salvo en raras excepciones no significativas.
Todo esto hace pensar, que las condiciones de habitabilidad que se dan en los parques zoológicos se parecen mucho a las que sufre el hombre civilizado, desnaturalizado y alejado de la influencia beneficiosa de la naturaleza.
Se consideran también a esos parques zoológicos como modelos experimentales que nos hacen comprender – aún con las dificultades entrañables que trae consigo la extrapolación de datos de los animales al hombre – los efectos perniciosos de la civilización sobre el hombre.
Jores afirma, aludiendo
al hombre, que la inmensa mayoría de las enfermedades que presenta éste no las
presentan los animales salvajes en libertad, por dos razones que resaltan a
simple vista:
Porque sobre el hombre inciden los males y perjuicios de la civilización.
Porque el hombre con sus características psíquicas y anímicas – Recordemos la
ley de persistencia de los actos psíquicos y todo el engranaje psico-espiritual
de su sufrimiento – engendra otro tipo de males en su biología que los que
presentan los animales salvajes, carentes de espíritu y de la libertad volitiva
superior.
Asimismo, el perfil de las enfermedades contraídas por los animales en libertad
natural resulta ser más uniforme y regular que las que presenta el hombre. Aún
evidenciando ambos seres una individualidad genética, no deja de ser más cierto
aquel dicho hipocrático “no hay enfermedades sino enfermos”, en el hombre que en
los animales.
Todo esto nos da a entender, con la debida reserva, que la civilización es la causante de muchos de los males que padece el hombre moderno, aunque si bien llevados por un espíritu prudente, optimista y constructivo, no la debemos considerar ni buena ni mala, sino según se ponga en juego, con los valores naturales y morales que le son propios por naturaleza.
Antes de seguir adelante, convendría que definiera ese punto de partida biológico al que me refería al principio de este trabajo, es decir lo que se interpretaría como una situación de salud integral en el hombre.
Esa salud integral sería el estado o la situación estable y equilibrada, en el que el hombre integrado en su propia entidad individual y social, reaccionaría adecuadamente de acuerdo con su propia personalidad y con las leyes biologico-naturales, manteniéndose en ese patrón del hombre sano que correspondería por derecho propio.
Esto sería el fundamento, la esencia de la cuestión, pero la salud también se mostraría al exterior y sería detectable como un conjunto de manifestaciones o respuestas armónicas, que podrían ser captadas por la ciencia o por sus semejantes.
Estas manifestaciones serían las siguientes:
Las formas perfectas y armónicamente desarrolladas del individuo sano expresarían vitalidad, salud y belleza. Libre de cualquier trastorno o incapacidad su cuerpo desplegaría todas sus facultades. La vida latiría en él fresca y potente. Su cuerpo sano sería extraordinariamente resistente y adaptable al calor y al frío, a los cambios atmosféricos, al cansancio y a las enfermedades.
Gozaría de un gran poder defensivo natural. Se levantaría descansado y le apetecería de inmediato moverse, actuar y trabajar.
En el aspecto mental, se vería libre de tensiones y efectos neuróticos. Sus pensamientos fluirían en libertad y sin el menor signo de fatiga. Tendría optimismo y disfrutaría del natural placer de vivir y de estar entre sus semejantes.
Esto definiría en términos sencillos lo que es la salud de un ser humano en condiciones naturales y serían aplicables al concepto de niño, adulto, anciano, varón o hembra, según sus correspondientes peculiaridades y circunstancias.
Pero he aquí que la inteligencia como fuerza intrusa y extraña en el engranaje y orden de la naturaleza ha hecho que este perfil primitivamente biológico y humano del “homo sapiens” haya ido adquiriendo características cada día más distantes e inconcebibles frente a este planteamiento natural y sencillo que estoy describiendo.
Como se ve, las cosas no son tan sencillas como a simple vista parecen, pues el hombre ha poseído y posee inteligencia y parece que está condenado a “ir a la deriva” y a irse distanciando cada vez más del ordenamiento natural.
Al describir estas líneas noto que me invade una cierta sensación de angustia y de preocupación, y para aliviarme trato de pensar: “Si somos potencialmente dueños de nuestra mente y de nuestra conducta ¿por qué no podemos reconquistar ese perfil biológico del hombre y de su entorno poniendo en juego armónico las ventajas de la influencia favorable de la naturaleza y de la civilización?”.
Aquí se encierra uno de los dilemas y enigmas más serios que tenemos planteados los seres humanos de esta generación.
Y entrando ahora en el tema propiamente médico, vuelvo a referirme a lo que comentaba en el curso del trabajo como “génesis multifactorial de ciertas dolencias humanas”.
Las enfermedades cronicodegenerativas que se consideran prácticamente como incurables por la medicina científica actual, no son sino típicos ejemplos de esas dolencias que expresan una desobediencia continua del hombre moderno frente a la llamada que le hace la naturaleza para que cumpla con las leyes y designios biológico-naturales que le son propios. Como ejemplos de estas enfermedades tenemos: la arteriosclerosis, la caries dental, la varicosis, la osteoporosis, la obesidad, entre otras importantes.
Si elegimos, por ejemplo, a la arteriosclerosis sabemos que se trata de una dolencia vascular que ha aumentado extraordinariamente su incidencia por efecto de la civilización y del “estrés” moderno. Encierra efectivamente un origen multifactorial que queda enmarcado en los llamados factores de riesgo, tan abundantes en el mundo urbano, laboral, industrial, político y financiero. Las enfermedades cardiovasculares suponen la primera causa de muerte en los seres humanos, por eso se las conoce como el asesino “número uno” de la humanidad.
En cuanto al alcance del tratamiento de esta dolencia, la medicina actual adolece de efectos positivos duraderos y ello se explica porque la inmensa mayoría de los tratamientos aplicados en la práctica médica asistencial rutinaria contra la arteriosclerosis son puramente sintomáticos. Pocos son multifactoriales y raras veces se encauzan hacia una regeneración y restauración de un perfil biológico aceptable que englobe todas las premisas y fundamentos del patrón biológico de referencia mencionado en este trabajo, más las propias de la enfermedad a tratar en este caso concreto la arteriosclerosis.
Existe a modo de un capital biológico de salud que resulta ser diferente en cada persona.
Posiblemente resultaría ser idéntico en unos gemelos univitelinos que viviesen bajo unas mismas o semejantes circunstancias vitales.
Este capital biológico de salud puede ser escaso por incidir sobre el individuo una carga hereditaria desfavorable o por presentar el paciente un estado de salud deficitario como consecuencia de influencias ambientales y de su conducta que deterioran o dañan su organismo de forma persistente.
En algunos casos se constituye lo que se llama un estado de “enfermedad latente” o de “salud aparente”. A este respecto se puede decir que una persona puede ser considerada sana por la ciencia médica actual, aunque en ella se encuentre un capital biológico de salud deficiente. Cuanto más difuso y abstracto resulte el mal patológico de fondo, tanta más atención se deberá prestar a las normas de vida y conducta sanas para combatir simultáneamente la influencia nefasta que tal influencia de fondo puede presentar sobre la enfermedad concreta, causa directa y visible por la que el paciente visita a su médico.
El tratamiento médico deberá corregir en lo posible tanto las causas de fondo como las causas directas productoras de la enfermedad.
Combatir en medicina un estado constitucional anormal como puede ser, por ejemplo, una diátesis exudativo-linfática, una predisposición hereditaria a padecer la diabetes Mellitus tipo 2 o combatir las causas ambientales o ecológicas adversas puede resultar mucho más engorroso y requerir más esfuerzo, recursos y dificultad que combatir una amigdalitis estreptocócica, ya que este último mal está más localizado, se conoce mejor y se puede suprimir radicalmente suprimiendo la infección bacteriana mediante la administración de un antibiótico adecuado.
No obstante, en ciertas infecciones crónicas como las que están ubicadas en las vías respiratorias (sinusitis, bronquitis crónica), en las vías urinarias (cistitis crónica, pielonefritis crónica) o en el aparato digestivo (gastritis, colitis crónica) o en la próstata (prostatitis crónica) entre otras que omito voluntariamente, además de resultar dificilísimo suprimir o aniquilar los gérmenes al interponerse problemas de terreno, llegada y concentración de antibióticos a los tejidos o a los gérmenes, resistencia de los mismos a los antibióticos administrados y malas defensas del huésped, hacen imposible una curación radical y definitiva, por la aparición de complicaciones o recidivas que vuelven y vuelven a surgir.
Existen a su vez otro grupo de enfermedades de tipo neurodegenerativo como el Alzheimer, Parkinson, etc. que por su alta complejidad etiopatogenica y trasfondo genético presentan aún un abordaje y tratamiento más problemático y dificultoso.
Una vez analizada esta problemática específica de las enfermedades cronicodegenerativas comprendemos que tanto su diagnóstico como su alcance terapéutico, debemos realizarlo conforme con el patrón biológico de salud que ha de servirnos siempre de guía. La medicina naturista o neohipocrática tiene mucho más éxito en este tipo de enfermedades y cumple mucho mejor con un tratamiento integral en este tipo de enfermos al desplegar en los mismos todos los medios o recursos terapéuticos que proporciona por una parte la vis medicatrix naturae (fuerza curativa propia de la naturaleza) unido a la ayuda prestada por la medicina convencional.
En el caso concreto de la arteriosclerosis, que ha sido la enfermedad que hemos tomado como referencia, deberían alcanzarse los siguientes objetivos de forma paulatina:
Suprimir los síntomas y
trastornos visibles o detectables clínicamente mediante la aplicación de
procedimientos
terapéuticos adecuados. (supresión o evitación de factores de riesgo,
medicamentos hipolipemiantes, agentes antiateromatosos, agentes fitoterapéuticos,
etc.) que no han de quedar como una simple terapéutica sintomática, sino que
habrán de simultanearse con otras medidas de fondo que se especifican a
continuación:
Restablecer las normas de vida (estilo de vida saludable) de acuerdo con las
leyes biológico-naturales y morales que le son propias al hombre.
Emplear los agentes y estímulos naturales: el agua, el sol, la luz, el sueño, la
tierra, la alimentación adecuada, el ejercicio corporal, la relajación, la
meditación, la expansión y la creatividad, el humor, la música, etc. como
medidas básicas.
A veces tendremos que seguir, según nuestro propio arte y magia un “sendero
personal” que no coincide con el del mundo y su civilización, en estos
menesteres terapéuticos.
Tratar de transmitir estas buenas costumbres a las generaciones venideras.
Conclusiones y resumen
La medicina moderna ha conseguido grandes éxitos y triunfos en la aplicación de éxitos exploratorios y diagnósticos para conocer la naturaleza y significación de las enfermedades humanas.
La prevención y la terapéutica que se aplican de acuerdo con el conocimiento de las causas detectadas mediante los procedimientos diagnósticos anteriormente mencionados, han supuesto también avances extraordinarios. Esto se refiere a los múltiples campos de las ciencias médicas y paramédicas (medicina, biología, psicología, física, bioquímica, farmacología, etc.).
A pesar de estos triunfos y adelantos espectaculares, todavía quedan grandes problemas biológicos por resolver sobre todo aquellos que como “revés de la moneda” van produciendo la ciencia, la medicina, la tecnología y la civilización.
Dr. Víctor López García
Miembro de la asociación española de médicos naturistas
Conciencia Holistica México
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